jueves, 8 de marzo de 2012

VERDADES COMO PUÑOS...

RICARDO SUÁREZ
Día 06/03/2012

En los últimos años, o más bien décadas, el mundo de «la gente de abajo» al que pertenezco desde hace veintiocho, ha ido confeccionando una serie de perfiles dignos de estudio sociológico, todo lo cual como consecuencia de la creación y consolidación de las cuadrillas de hermanos costaleros y su importancia como colectivo de presión allá por la década de los 90. Atrás quedaron esos costaleros profesionales que seguían las órdenes de su capataz al igual que lo hacían durante el resto del año en el tajo.

El capataz con costal, que no deja de ser un costalero, es un subproducto de las jerarquías que se forjan en una cuadrilla. Es un perfil que se aparta del resto de los compañeros de trabajo por varios motivos, entre los que destacaríamos el de la ambición personal. Mantiene vivo los grupúsculos de agradaores y rienlotodo y depende de la cofradía a la que pertenezca, su forma de llamar la atención como líder va desde hacerse el gracioso (el típico payaso) hasta intentar seducir a los que considera que son superiores a él por el simple hecho de nadar en un mar de complejos diversos. Suele llegar tarde a los ensayos, su porte es altivo y distante. Destaca por su charlatanería durante el trabajo, llama la atención el variadísimo fondo de armario con el que desfila durante los ensayos y si la hermandad exige una mínima uniformidad, él se salta toda regla imponiendo la suya. Espera que los que llevan años en lista de espera para ocupar un puesto bajo el paso de su devociones le den el merecidísimo toque en la espalda y lo exalten como uno de los grandes de abajo. Tiene acceso directo al capataz con el que se permite ciertas licencias, decisiones y agasajos tras los ensayos, en algún bar de moda cerca de la collación. Si es que ya lo dice el dicho popular: «Cuando tres marchan juntos, tiene que haber uno solo que mande». Debajo de un paso, hoy por hoy desgraciadamente, hay mas capataces con costal que costaleros.

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